Capitalismo ascendente

Capitalismo ascendente

Periodo histórico durante el que las relaciones capitalistas de producción sirvieron al libre desarrollo de las fuerzas productivas de la Humanidad. Es el periodo en el que nace el mercado mundial y los sistemas globales de comunicaciones y transportes, se multiplica la productividad de casi todos los factores, aumenta como nunca hasta entonces la población global y aparece una clase universal: el proletariado.

Capitalismo ascendente y progreso

El capitalismo fue durante un largo periodo un sistema progresivo. Progresivo no en el falso sentido moral de «humanitario» o igualitario, nada más lejos, sino porque revolucionó el mundo entero desarrollando las fuerzas productivas de la humanidad como nunca se había visto a base de mercantilizar las relaciones sociales y creando una clase universal, el proletariado.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.

Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado».

Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto; a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de pueblos y a las Cruzadas.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes.

Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo.

En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y eso se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continente enteros, la apertura de ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra.

¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista, 1848

Crisis y expansión en el capitalismo ascendente

En su fase ascendente el capitalismo tiene oxígeno para realizar la plusvalía que obtiene de los trabajadores: no solo vende a la demanda que él mismo crea -los salarios de los trabajadores- sino a los campesinos independientes, los artesanos y demás restos de la feudalidad en su propio territorio y, de modo creciente, en los mercados coloniales y semicoloniales. Con un mundo entero por delante, libera y despierta fuerzas productivas dormidas e impensables en todo el mundo. En esta fase, la burguesía se presenta como revolucionaria frente a las clases dominantes anteriores.

Por supuesto la burguesía no es homogénea ni deja de competir en el mercado entre sí. Esta competencia se daba -y se sigue dando- de dos formas. La más sencilla y evidente es aumentar la plusvalía en términos absolutos: simplemente pagar menos por hora trabajada, bajando salarios y alargando jornadas. Pero esta estrategia acababa agravando el problema al reducir aun más la demanda. La forma óptima es incorporar tecnologías que permitan producir más con menos horas de trabajo, es decir, aumentar la plusvalía relativa incorporando nuevo capital. En teoría eso permitiría aumentar salarios y aumentar los beneficios al mismo tiempo, pero solo a condición de que el mercado aumentara también.

En el periodo ascendente del capitalismo la dinámica «clásica» de la crisis capitalista en la que la sobreproducción de mercancías, el desempleo y la bajada de salarios van de la mano y se alimentan mutuamente solo se materializaba en periodos breves y a escala nacional. Es decir, la tendencia hacia la pauperización solo se materializaba temporal y localmente.

Las crisis, en principio nacionales, se producían generalmente ante la aparición de un límite o una caída de demanda en el mercado extracapitalista interno. No es que «se acabaran» los campesinos, sino que una mala cosecha o la falta de infraestructuras de comunicaciones limitaban su capacidad de absorción. Para salvar la acumulación, en la cercanía de cada crisis se producían la expansión del crédito -para inflar la demanda artificialmente- y el aumento de la competencia entre capitalistas para aumentar la plusvalía y mantenerse en el mercado existente.

De este modo el ciclo económico típico del capitalismo ascendente resultaría:

--> expansión del mercado y la demanda --> desarrollo tecnológico -> subida de salarios y bajada de coste de más mercancías --> mejora de las condiciones de vida de los trabajadores --> aumento de la masa de trabajadores --> signos de saturación del mercado --> expansión del crédito --> aparición de desempleo y sobreproducción -> aumento de la plusvalía absoluta -->

Es decir, cada ciclo se cerraba con «sobreproducción» de mercancías y pauperización de los trabajadores, y comenzaba con una nueva expansión de los mercados hacia dentro (mediante amortizaciones, construcción de vías de comunicación, etc.) y hacia fuera del estado nacional (conquista de colonias, unificación nacional, imposición del libre comercio en nuevas regiones, etc.). Como esto era todavía posible porque existía global e incluso localmente una amplia economía precapitalista, cada ciclo de crisis se cerraba con la expansión de un capitalismo empoderado por nuevas tecnologías, más fuerzas productivas, un proletariado ampliado por nuevas masas desposeídas, nuevos desarrollos de los transportes, etc.

Liberación nacional en el capitalismo ascendente

El capitalismo ascendente es el de la expansión y ascenso de la burguesía como clase dirigente. Con las revoluciones burguesas aparece la nación como expresión del proyecto de articulación del conjunto social por la burguesía. En los grandes imperios donde aparecen burguesías regionales que pueden articular una alternativa para todo el territorio del estado estamental, la revolución burguesa puede tomar la forma de liberación nacional, es decir, de separación de un territorio del estado dinástico para convertirse en mercado nacional bajo un estado nacional propio.

Mientras no exista un proletariado con capacidad dirigente -como sucederá en el imperio ruso y sus provincias más industrializadas, como Polonia o Finlandia, a partir de 1900- estos movimientos serán progresivos. Progresivos porque apuntan a la expansión del mercado mundial, el desarrollo dentro de las nuevas fronteras de una clase trabajadora masiva y por tanto, a la formación del proletariado como clase universal.

Sindicatos, parlamentarismo y lucha de los trabajadores

La burguesía revolucionaria, en su necesidad de liderar al conjunto de clases sociales para su toma del poder, se dotará de un «programa democrático». Es decir, en el marco de una tendencia general e histórica a la expansión, podrá conceder a los trabajadores libertades y garantías para su propia organización política. En ese marco, la participación en parlamentos al modo de los partidos de la II Internacional -sin votar los presupuestos del gobierno ni entrar en las cuitas internas de la organización del estado burgués- juega un papel doblemente positivo.

Por un lado contribuye a visualizar al proletariado como clase en un estado que todavía no ha absorbido en su seno a las expresiones de la «sociedad civil» burguesa ni triturado la «democracia obrera» construida por la II Internacional: todo ese tejido masivo de organizaciones diversas -desde sindicatos a asociaciones culturales y cooperativas- con las que el proletariado constituye espacios y entornos en los que su consciencia puede desarrollarse y afirmarse en su universalidad, más allá de las divisorias de oficio, taller o territorio.

Por otro, sirve a la clase trabajadora para ganar concesiones que, en el marco del capitalismo ascendente, son duraderas en lo económico y contribuyen a su constitución como clase en lo político: voto universal, reducción de jornada laboral, etc.

Del mismo modo que los parlamentos, los sindicatos, en tanto que mayoristas de la fuerza de trabajo en el mercado, siguen representando las necesidades de agrupación de los trabajadores frente a un capitalismo que, como tendencia, puede conceder mejoras reales en las condiciones de vida, trabajo y acceso al conocimiento.

Todo esto desaparecerá en la decadencia capitalista con la contrarrevolución (stalinista, democrática o fascista), el desarrollo del capitalismo de estado y la consolidación de distintas formas de totalitarismo estatal.

http://diccionario.marxismo.school/Capitalismo ascendente